miércoles, 13 de octubre de 2010

Cabeza del rey Don Pedro Sevilla

LA SEVILLA QUE NO VEMOS
 

En el casco antiguo de Sevilla, se encuentra una calle estrecha y sinuosa llamada Candilejo.
En la esquina más ancha de esta calle (a la altura de los balcones del primer piso), se puede apreciar la estatua de medio cuerpo de un caballero medieval, coronado y con manto real sobre sus hombros. Lleva el pelo corto alrededor del cuello y cercenado en la frente. Con su mano derecha empuña un cetro que apoya en su hombro. La mano izquierda descansa sobre su espada al cinto.
Fuente: http://www.sevillanisimo.es/leyendas-sevilla/cabeza-rey-don-pedro-sevilla.html

 


La estatua representa al Rey Don Pedro I de Castilla que, aunque nacido en Burgos (el 30 de agosto de 1.334), fijó su residencia y pasó la mayor parte de su vida en nuestra ciudad.

D. Pedro I, era llamado el Cruel por unos, el Justiciero por otros. Se decía de el que tenía el defecto que le sonaban las canillas al andar. Esto se pudo confirmar años despues de su muerte, gracias al estudio médico que el Doctor D. González Moya realizó de sus restos que se conservan en la crispate de la Capilla Real de la Catedral de Sevilla.

Además,como resultado del estudio se pudo afirmar que el Rey sufrió una parálisis cerebral infantil lo que provocó un desarrollo físico incompleto en algunas partes del cuerpo.

La leyenda cuenta que D. Pedro salió una noche a recorrer las calles de Sevilla, algunos historiadores mantienen que fue por un lío de faldas, otros defienden que fue a consecuencia de una conversación con Domingo Cerón, el alcalde del rey, que afirmó que en la ciudad no se cometía un delito sin tener su castigo, y el Rey quiso comprobarlo por sí mismo.

Lo cierto es que iba solo y embozado en su capa cuando, se dice que se topó con uno de los Guzmanes, hijo del conde de Niebla, que apoyaba las aspiraciones al trono del hermano bastardo del rey. La ira se desató y las espadas chocaron en el silencio de la noche.

El ruido despertó a una anciana vecina que, movida por la curiosidad, se asomó a la ventana alumbrándose con su candil a tiempo de ver cómo uno de los contendientes, cuyo aspecto recordaba al mismo Rey, atravesaba el pecho a su oponente. La anciana alarmada, volvió a cerrar la ventana pero con tan mala fortuna, que se le cayó el candil a la calle. Apoyada sobre la ventana, intentando imaginar lo que pasaría cuando encontrasen su candil junto al cadáver, pudo oír claramente un crujido, como de nueces al chocar, alejándose del lugar.

A la mañana siguiente, en la Sala de Justicia, los Guzmanes se presentaron para exigir que se buscase al culpable de la muerte de uno de los suyos. El Rey prometió hacer lo posible por encontrarlo y concluyó: "Cuando se halle al culpable, haré poner su cabeza en el lugar de la muerte".

Al cabo de unos días, se trajo a juicio a una anciana que había sido testigo del duelo. La anciana, a pesar de admitir que había visto lo sucedido, se negaba a contar lo que sabía. Ni las preguntas inquisitivas de Domingo Cerón, ni las amenazas de los alguaciles, le hacían decir palabra alguna. Finalmente el Rey se dirigió a ella diciendo: "Dinos a quién vistes en el duelo y no te ocurrirá nada ". La anciana, se apartó a una gran sala que se veía a lo lejos al fondo del pasillo. Ya en ella, miró a su alrededor y viendo un espejo grande que había colgado en la pared dijo: Señor, por aquella ventana, si os asomáis a ella, veréis a la persona que dió muerte a Don Luis de Guzmán.

Al día siguiente, el Alguacil Real, acompañado de una escolta de soldados armados con lanzas y espadas, recorrió las calles de Sevilla escoltando a un carro sobre el que iba un cajón de recia madera sólidamente clavada la tapa con gruesos clavos. El pregonero iba al lado del Alguacil Real, y de trecho en trecho parándose la comitiva, echaba un pregón que decía:

"Esta justicia manda hacer el Rey nuestro Señor. La cabeza del hombre que mató a Don Luis de Guzmán, metida en este cajón, será puesta en el mismo lugar donde se consumó aquella muerte. Y manda el Rey que nadie sea osado de intentar abrir la dicha caja, so pena de muerte y confiscación de sus bienes".

Llegados al lugar de los Cuatro Cantillos (que era como se llamaba en aquella época ese cruce de calles), unos albañiles que habían trabajado en abrir una hornacina o hueco en el muro de una casa, procedieron a colocar en dicha hornacina el cajón de madera y, para que nadie pudiera intentar quitarlo de allí, le pusieron por delante una fuerte reja de hierro empotrada en la pared. Además, quedó allí durante largo tiempo una guardia de soldados día y noche.

Pasaron ocho años, y el Rey Don Pedro fue asesinado por su hermano bastardo Don Enrique de Trastamara en los campos de Montiel.

 


 Tan pronto como se supo en Sevilla la noticia, los Guzmanes se apresuraron a adueñarse del mando de la Ciudad, y su primera disposición fue, mandar abrir aquel cajón de madera, para ver si todavía se podía reconocer la fisonomía del matador de su pariente. En efecto, se quitaron las tablas del cajón que ya estaban carcomidas por la lluvia y el sol y, con gran sorpresa de todos, apareció la cabeza de mármol de una estatua del Rey Don Pedro.

El monarca cumplió con su palabra de poner allí la cabeza del matador, pero no de carne y hueso, sino de mármol.  

Y allí está todavía. La podemos ver, si vamos a la calle Candilejo, hoy en día llamada Cabeza del Rey Don Pedro. La estatua está sobre el lugar donde se produjo el lance y, enfrente se encuentra la carbonería a la que se asomó la vieja con el candil, y por ello esta calle se llama hoy en día Candilejo 

Fuente: de la red

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