miércoles, 11 de marzo de 2015

La cuestión de dónde morir.

  La cuestión de dónde morir. Hasta hace 40-50 años no se moría en los hospitales.
El gran desarrollo de la medicina hospitalaria y la tecnificación de la profesión
son los que han determinado este problema.

La muerte en el propio domicilio, con preferencia a la que se produce en l
a institución, sea ésta hospitalaria o no, se asocia habitualmente a un menor
riesgo de agresión para el anciano moribundo y también a una mayor posibilidad
de despedirse de este mundo en el mismo entorno en el que se ha vivido.

Eutanasia. Hoy en día estas cuestiones se plantean cada vez con mayor crudeza
y, de forma específica, cuando afectan al paciente de más edad.
La eutanasia, que quiere decir "la buena muerte", está prohibida legalmente
en casi todo el mundo.
Se trata de la eutanasia activa, que es intervenir directamente para acortar la vida.
 
La reflexión en este punto por el carácter añoso de la persona mayor hace que presente tintes peculiares. Resulta paradójicamente favorable al anciano que su propia ancianidad y, según ella,
su previsible mala recuperación lo protejan con frecuencia contra una de las mayores
amenazas que se ciernen sobre el paciente moribundo: el encarnizamiento terapéutico,
es decir darle más tratamiento, tratamiento innecesario, haciéndole sufrir.

En la misma línea, tanto los médicos como el resto del personal sanitario y la familia,
acostumbran a ser indulgentes con el anciano y pensárselo dos veces antes de recomendar
cualquier tipo de medida de las denominadas extraordinarias.

En sentido contrario, el anciano en mal estado y con toda suerte de dependencias
presentes y futuras, se constituye en el sujeto ideal y de alto riesgo para quien tenga
la tenta-ción de dar el salto a la eutanasia activa.
Sus mecanismos de defensa son escasos y las posibilidades de evitar una agresión
de este tipo quedan en un buen número de ocasiones en manos de terceros
(lo que opinan las familias o los médicos).
Las decisiones -por acción o por omisión- del médico en estas situaciones están
cargadas de una tremenda responsabilidad.

Puede surgir un conflicto importante con la familia del anciano por las presiones
que ésta puede ejercer, y que en buena parte de los casos ejerce en un sentido u otro,
atribuyéndose el papel de intérprete de aquél. Aquí hay que repetir que
con mayor frecuencia de la que se piensa los intereses y deseos del moribun-do
y de su familia pueden no ser coincidentes.
 
 Más que la eutanasia en sí, es más importante el cómo se muere, es decir
el conseguir una muerte digna, decorosa, sin dolor y con las necesidades cubiertas.

Para ellos es necesario que el estado, garantice la cobertura de una asistencia geriátrica
de calidad, que cubra todas las necesidades que plantea la persona mayor dependiente
y cercana a la muerte.

Si esto no es así se puede empujar hacia el suicidio asistido o cualquier otra forma
de eutanasia, a la persona mayor o a los familiares que han cuidado durante un largo
periodo de tiempo, por encima de sus posibilidades.

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