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miércoles, 11 de mayo de 2016

Dones

    Mi padre fue muy bueno: me donó su alegría
    ingenua; su ironía
    amable: su risueño y apacible candor.
    ¡Gran ofrenda la suya! Pero tú, madre mía,
    tú me hiciste el regalo de tu suave dolor.

    Tú pusiste en mi alma la enfermiza ternura,
    el anhelo nervioso e incansable de amar;
    las recónditas ansias de creer; la dulzura
    de sentir la belleza de la vida, y soñar.

    Del ósculo fecundo que se dieron dos seres
    el gozoso y el triste- en una hora de amor,
    nació mi alma inarmónica; pero tú, madre, eres
    quien me ha dado el secreto de la paz interior.

    A merced de los vientos, como una barca rota
    va, doliente, el espíritu; desesperado, no.
    La placidez alegre poco a poco se agota;
    más sobre la sonrisa que me dio el padre, brota
    de mis ojos la lágrima que la madre me dio.

    Luis Gonzaga Urbina

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