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Bendito seas, si entiendes
que mis manos tiemblan
y que mis pies se han puesto lentos.
Bendito seas, si recuerdas
que mis orejas ya no oyen muy bien
y que ya no lo oigo todo.
Bendito seas, si sabes
que mis ojos ya no ven bien,
si no te enfadas porque dejé caer
la taza más bonita,
o cuento lo mismo por enésima vez.
Bendito seas, si me tratas con ternura,
si comprendes mis lágrimas silenciosas
y me dejas sentir que me quieres.
Bendito seas, si te quedas un rato conmigo
cuando oscurece por todas partes
y cuando tomas mis manos un momento
cuando debo entrar solo en la noche,
la noche de la muerte.
Bendito seas,
yo encenderé las estrellas
cuando esté en el cielo.
Fuente: Red Latinoamericana de Liturgia CLAI
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