Había una vez una persona que ya no le gustaba
el lugar donde vivía, su ciudad le parecía de todo
menos buena o bonita para seguir ahí, entonces decidió viajar
a otra ciudad que fuera mejor que
esta y fue así como emprendió su viaje.
Anduvo sin rumbo fijo por un buen tiempo hasta
que un día se encontró a la orilla de un camino
a una anciana que estaba sentada tranquilamente
Y se acercó a platicar con ella:
¿Cómo es la gente de esta ciudad?
— pregunto–
¿Cómo era la gente de la ciudad de donde usted viene?
— respondió ella–
Uy no, fatal, la ciudad es un asco, contaminación tráfico, inseguridad,
la gente es malísima, indigna de confianza, detestable.
–a lo cual la anciana respondió–
Aquí va a encontrar lo mismo que allá.
Y el viajero siguió caminando en busca de su ciudad soñada.
No había pasado ni un hora cuando otro viajero se
detuvo con la misma anciana y le hizo la misma
Pregunta:
¿Cómo es esta ciudad y su gente?
–y ella respondió—
¿Cómo era en tu ciudad?
— el responde–
Una maravilla, grande, hermosa, con gente buena,
honrada, trabajadora y muy generosa.
Me dio tristeza tener que partir de ahí.
Entonces la anciana le dijo:
No te preocupes en esta ciudad te vas a encontrar
lo mismo.
Moraleja:
Saca tú la tuya…
martes, 13 de abril de 2010
"Solo un cuento"
lunes, 12 de abril de 2010
Los designios del Karma
y llegó a ser un iluminado de excepcional sabiduría y sagaz visión.
Viajaba propagando la Enseñanza, y cierto día,
al pasar por una aldea de la India, vio que una
mujer sostenía en una mano un bebé y con la otra estaba
dando una sardina a un perro.
Con su visión clarividente e intemporal pudo ver quiénes
fueron todos ellos en una pasada existencia.
Se trataba de una mujer casada con un cruel marido que la golpeaba a menudo.
Se enamoró de otro hombre, pero entre su padre y su marido,
poniéndose de acuerdo para ello, le dieron muerte.
Ahora la mujer mantenía a un bebé en sus brazos, su antiguo amante, que fuera asesinado.
La sardina era su despiadado marido, y el perro, su padre.
Todos habían vuelto a reunirse en la presente vida, pero en condiciones muy distintas.
* El Maestro dice: Nadie puede escapar a sus acciones: tal es el designio del karma.
Tomado de “Cuentos Clásicos de la India” recopilados por Ramiro Calle
domingo, 11 de abril de 2010
Cuentos Para Regalar "El Corcho"
Hace años, un inspector visitó una escuela primaria.
En su recorrida observó algo que le llamó la atención: una maestra estaba atrincherada atrás de su escritorio, los alumnos hacían un gran desorden; el cuadro era caótico.
Decidió presentarse:
"Permiso, soy el inspector de turno ...¿Algún problema?"
"Estoy abrumada señor, no se qué hacer con estos chicos... No tengo láminas, el ministerio no me manda material didáctico, no tengo nada nuevo que mostrarles ni qué decirles ..."
El inspector que era un "Docente de Alma", vio un corcho en el desordenado escritorio, lo tomó y con aplomo se dirigió a los chicos:
¿Qué es esto? " Un corcho señor "...gritaron los alumnos sorprendidos.
"Bien, ¿De dónde sale el corcho?".
"De la botella señor. Lo coloca una máquina...", "del alcornoque... de un árbol"... "de la madera...", respondían animosos los niños.
"¿Y qué se puede hacer con madera?", continuaba entusiasta el docente.
"Sillas...", "una mesa...", "un barco! ". Bien, tenemos un barco.
¿Quién lo dibuja? ¿Quién hace un mapa en el pizarrón y coloca el puerto más cercano para nuestro barquito?
Escriban a qué provincia argentina pertenece.
¿Y cuál es el otro puerto más cercano?
¿A qué país corresponde?
¿Qué poeta conocen que allí nació?
¿Qué produce esta región?
¿Alguien recuerda una canción de este lugar?
Y comenzó una tarea de geografía, de historia, de música, economía, literatura, religión, etc.
La maestra quedó impresionada. Al terminar la clase le dijo conmovida:
"Señor nunca olvidaré lo que me enseño hoy. Muchas Gracias."
Pasó el tiempo. El inspector volvió a la escuela y buscó a la maestra.
Estaba acurrucada atrás de su escritorio, los alumnos otra vez en total desorden...
"Señorita... ¿Qué pasó? ¿No se acuerda de mí? Sí señor ¡Cómo olvidarme! Qué suerte que regresó. No encuentro el corcho. ¿Dónde lo dejó?".
Enrique Mariscal
De " Cuentos Para Regalar "
sábado, 10 de abril de 2010
¡No lo abandones!
Con este cuento, teniendo en cuenta las fechas en las que estamos, pretendo concienciar a los más pequeños sobre la responsabilidad de tener una mascota.
Un animal no puede ser un capricho momentáneo, hay que comprometerse y cuidarlo.
Manchitas llegó a casa de Nani cuando solo tenía dos meses. Era un perrito juguetón, divertido y algo nerviosillo. Los papás de la niña se lo habían regalado por su cumpleaños; siempre le compraban todo lo que pedía y no se habían parado a pensar ni por un momento en la responsabilidad que supone tener y cuidar de un animal. Era una pequeña malcriada, caprichosa y chillona, así que, por no escucharla, siempre conseguía lo que deseaba tras su consiguiente rabieta.
Al principio todo eran mimos, caricias, juegos… Manchitas se sentía feliz en su nueva familia. Fueron pasando los meses y la niña comenzó a cansarse de su nuevo juguete, como siempre le pasaba. Un día, Manchitas se acercó a ella, alegre y saltarín, pero la niña lo empujó y le dijo:
—¡Vete de aquí!, pesado, ¿no ves que estoy jugando con mi nueva muñeca? ¡Me la vas a ensuciar!
Manchitas agachó la cabeza, se alejó un poco y se tendió, observándola desde la distancia, sin comprender qué estaba pasando. Cada vez recibía menos cariño y estorbaba más en casa.
Los papás de Nani comenzaban a cansarse del perrito también. Ya no era tan mono como lo era de cachorro, y veían que la niña no mostraba ningún interés por él. Además, había llegado el mes de julio y se iban todos de vacaciones. Papá había buscado una residencia para animales, pero eran bastante costosas y para ello, tendrían que disfrutar de unos días menos de vacaciones. Mamá decidió hablar con la pequeña:
—¿Qué pasa con Manchitas? ¿Ya no te gusta?
—¡Es un fastidio! ¡No me deja jugar con mi nueva muñeca y su mansión fabulosa, me va a romper mis maravillosos juguetes! ¡Ya no lo quiero, llévatelo! —gritó la niña, mandona y exigente.
Sus padres hablaron sobre el problema y decidieron que iban a llevar al perro a un centro de animales abandonados, dirían que se lo encontraron en la calle y que les daba pena, que lo habían acogido para salvarlo pero que ellos no lo podían cuidar y lo dejarían allí. De camino a la perrera, papá comenzó a pensar:
—¿Y si notan que el perro es nuestro? ¿Y si descubren que intento engañarlos? ¿Y si….?
Por lo que pensó que la mejor solución era abandonarlo. Paró el coche cerca de una playa y le lanzó un palito al perro, que enseguida corrió a por él. Manchitas traía contento, en su boca, su nuevo juguete. Esta vez, el palo voló aún más lejos. Papá aprovechó, se montó en el coche, arrancó y pisó el acelerador al máximo.
Manchitas se quedó perplejo, soltó su varita y corrió tras el coche. Casi lo cogió, pero el coche alcazaba cada vez mayor velocidad y él se encontraba más agotado. ¡Resultaba imposible! Se quedó allí, sin su familia, sin su palito…¡ABANDONADO!
Pasó varios días en la playa, creyendo que volverían a por él. Tenía hambre, sed, necesidad de cariño… Se acercaba a los contenedores a por restos de comida. Cada día estaba más sucio y delgado, por lo que la gente tampoco lo quería muy cerca.
Al atardecer, vio a un niño menudo sentado en la arena. Refrescaba un poco y deseaba sentir el calor humano que tanto le gustaba. Se aproximó despacio y se tendió, mirando al chico con necesidad de afecto. Pedrín estaba triste, era su primera semana de vacaciones y no iba a ver a su amigo Luis muy a menudo.
Al igual que nuestro perro, necesitaba un compañero.
Manchitas cogió una piedrecita y se la puso al niño a los pies. Después lo miró pidiéndole que se la lanzase. Pedrín no estaba muy animado, pero la carita de ese animal le decía que lo hiciese, que jugase con él. El niño le lanzó la piedra y el perrito corrió a por ella, volvió y se la puso nuevamente junto a él. Así pasaron el resto de la tarde. Estaba anocheciendo, Pedrín decidió volver a su casa, que no quedaba lejos de allí. Manchitas lo seguía, no quería quedarse solo de nuevo, ya se había dado cuenta de que no volverían a recogerlo y deseaba una nueva familia.
—¿Estás perdido, perrito? ¿Tienes hambre? ¡Ven, te llevaré a casa y te daré algo de carne y leche!
Cuando llegó a casa, Pedrín explicó a sus padres lo que había ocurrido. Ese pobre perrito estaba abandonado y hambriento, tenían que cuidarlo. Los papás pensaron que su hijo, que se había ido triste a la playa, había vuelto feliz con su nuevo amigo, así que decidieron darle un baño y alimentarlo. Le explicaron a Pedrín que antes de nada, tendrían que llevarlo al veterinario, pera ver si tenía un microchip que indicase su anterior familia. Tal vez se habría perdido. ¿Quién iba a abandonar a un ser tan cariñoso?
Al día siguiente, el veterinario se puso en contacto con la familia, ya que en el microchip estaban los datos del antiguo propietario. El papá de Nani, que había olvidado este detalle, avergonzado, dijo:
—El perrito se nos escapó. Mi hija lloró mucho al principio, ahora se encuentra bien y sería mejor que no volviese a pasar por otra emoción fuerte, como ya no lo echa de menos, si hay otra familia interesada en él, que se lo queden.
Pedrín, que escuchaba toda la conversación, comenzó a sonreír y a asentir al veterinario. Les dijo el nombre del perrito y prometió visitar a la nueva familia por si necesitaban algo. El veterinario le dijo a los padres de Pedrín que mucha gente abandonaba a sus perritos en las vacaciones y decían que se les había escapado, que Manchitas había tenido suerte de encontrar a una familia tan buena que lo quería y acogía como uno más.
Pedrín abrazó a Manchitas, lo miró a esos ojitos redondos, alegres y brillantes y le dijo:
¡YO NUNCA TE ABANDONARÉ!
Por eso chicos y chicas, ahora que llega el verano, no permitáis que vuestras queridas mascotas sean abandonadas, ellas os quieren y adoran. ¡Sed tan fieles como ellos!
Fuente: https://blog.editorialgeu.com/no-lo-abandones-cuento/
viernes, 9 de abril de 2010
Los seres humanos y la fe
escribió un nombre en una hoja, la ató a la espalda del hombre y le dijo:-
No tengas miedo. Tu fe te ayudará a caminar sobre las aguas. Pero en el instante en que pierdas la fe, te ahogarás.
El hombre confió en Bibhi- shana y comenzó a caminar sobre las aguas, sin ninguna dificultad.
A cierta altura, no obstante, sintió un inmenso deseo de saber lo que su maestro había escrito en la hoja atada a sus espaldas.
La cogió y la leyó:“¡Oh, dios Rama, ayuda a este hombre a cruzar el río!”“
¿Sólo esto?”, pensó el hombre. “
¿Quién es este dios Rama, al fin y al cabo?” En el momento en que la duda se instaló en su mente él se sumergió y se ahogó en la corriente.
La niña y la tempestad. La niña solía ir caminando todos los días a la escuela.
Una tarde de tempestad, en que los vientos soplaban cada vez con más fuerza y los rayos y truenos sacudían el vecindario,
pasó su hora habi- tual de regresar a la casa sin que apareciera.
La madre, preocupada, llamó al colegio, donde le informaron que la niña ya se había ido.
Al ver que no llegaba, se puso el impermeable y salió, imaginando que su hija debía estar paralizada de miedo, llorando y esperando que la tempestad pasara.
Para su tranquilidad, en cuanto dobló la esquina vio a la niña que caminaba lentamente hacia la casa; pero paraba cada vez que caía un rayo, miraba hacia el cielo y sonreía.
La madre llegó corriendo, colocó a la niña bajo su capa y le preguntó por qué se había demorado tanto. - ¿Es que no ves los flashes?, dijo ella. – ¡Dios me está sacando fotos!
El verdadero respeto. Durante la evangelización en el Japón, un misionero fue hecho prisionero por samurais. -
Si quieres continuar vivo, mañana tendrás que pisar la imagen de Cristo en frente de todo el mundo- dijeron los guerreros.
El misionero se fue a dormir sin albergar dudas en su corazón: nunca cometería ese sacrilegio, y estaba preparado para el martirio.
Despertó en mitad de la noche, y al levantarse, tropezó con un hombre que estaba durmien- do en el suelo.
Casi se cae de espaldas de la sorpresa: ¡Era Jesucristo en persona!-Ahora que ya me has pisa- do en carne y hueso, ve ahí fuera y pisa mi imagen- dijo Jesús-.
Porque luchar por una idea es mucho más importante que la vanidad de un sacrificio.
Rezando por todos. Un labrador con la mujer enferma llamó a un sacerdote budista a su casa.
El sacerdote empezó a rezar pidiendo que Dios curase a todos los enfermos. -
Un momento- le interrumpió el labrador-. Yo lo que le pedí fue que rezara por mi mujer, y usted se ha puesto a rezar por todos los enfer- mos.
Al final a lo mejor se beneficia mi vecino, que también está enfermo, y que además no me cae bien.-
Al rezar por todos, estoy uniendo mis oraciones a las de miles de personas que se encuentran ahora pidiendo por sus enfermos.
Sumadas, estas voces llegan a Dios y benefician a todos. Divididas, pierden fuerza, y no llegan a ninguna parte.
.
Por Paulo Coelho. Escritor
www.paulocoelhoblog.com
jueves, 8 de abril de 2010
Un cuento de navidad
Dijo el sacerdote al ver la iglesia llena.
Eran obreros del barrio más pobre de Río de Janeiro, reunidos esa noche con un solo objetivo común: la misa de navidad.
Se sintió muy confortado.
Con paso digno, llegó al centro del altar. a, b, c, d,...
Era, al parecer, un niño el que perturbaba la solemnidad del oficio. Los asistentes se volvieron hacia atrás, algo molestos. a, b, c, d,...
¡Para! - dijo el cura. El niño pareció despertarse de un trance. Lanzo una mirada temerosa a su alrededor y su rostro enrojeció de vergüenza.
¿Que haces? ¿ No ves que perturbas nuestras oraciones?
El niño bajo la cabeza y unas lagrimas se deslizaron por sus mejillas... ¿Donde está tu madre? - insistió el cura.
¿No te ha enseñado a seguir la misa?
Con la cabeza baja el niño respondió: Perdóname padre, pero yo no he aprendido a rezar. He crecido en la calle, sin padre ni madre.
Hoy como es navidad, tenia la necesidad de conversar con Dios. Pero no sé cuál es el idioma que
ÉL comprende, por eso digo sólo las letras que yo me sé.
He pensado que, allá arriba, ÉL podría tomar esas letras y formar las palabras y las frases que más le gusten.
El niño se levantó. Me voy - dijo -. No quiero molestar a las personas que saben tan bien cómo comunicarse con Dios.
Ven conmigo - le respondió el sacerdote. Tomó al niño por la mano y lo condujo al altar. Después se dirigió a los fieles.
Esta noche, antes de la misa, vamos a rezar una plegaria especial.
Vamos a dejar que Dios escriba lo que ÉL desea oír.
Cada letra corresponderá a un momento del año, en el que lograremos hacer una acción, luchar con coraje para realizar un sueño o decir una oración sin palabras.
Y le pediremos que ponga en orden las letras de nuestra vida. Vamos a pedir en nuestro corazón que esas letras le permitan crear las palabras y las frases que a ÉL le agraden.
Con los ojos cerrados, el cura se puso a recitar el alfabeto.
Y, a su vez, toda la iglesia repitió: a, b, c, d,...
miércoles, 7 de abril de 2010
Más allá de lo creíble
La tarde del miércoles, víspera de Semana Santa, se presentó cálida, soleada y tranquila, Tomé mi netbook, la guardé en la mochila y salí de casa con mi bicicleta rumbo al Área fundacional.
La sombra de un añejo árbol del parque O’Higgins me pareció un buen sitio para sentarme, abrir la netbook y comenzar a navegar sobre el pasado de este sitio histórico mendocino del que tenía que hacer un trabajo escolar.
Lo primero que me llamó la atención era el contraste de imágenes que se mostraban al comparar las ruinas que aquí existían antes de la construcción de este parque. Ruinas que yacían indiferentes y pasaban inadvertidas para la gente. La creación de este parque con su historia, arqueología, mitos y tradiciones contribuyó notablemente a enriquecer el patrimonio cultural no sólo de Mendoza, sino también del país.
Sumido en las imágenes que pasaban frente a mi vista, me dejé atrapar por las que representaban la vida colonial, su rudimentaria arquitectura, su aislamiento de la capital del Virreinato y la conciencia sísmica de aquella mentalidad aldeana.
De pronto mi atención recayó en una foto, una reconstrucción del cabildo como centro del espacio urbano, chato, alargado, sostenido por una recova con siete arcadas. A su izquierda la fachada de una iglesia con dos torres y un campanario. Delante de ambos edificios, se extendía una plaza con una fuente en el medio y decenas de puesteros con su mercadería expuesta para que los transeúntes se las compraran.
Sobre la margen derecha, un canal llevaba abundante agua de deshielo y una hilera de sauces rozaba sus ramas caídas en los saltos que se formaban.
El tañir fuerte de una campana me sustrajo de la escena; pero, asombrado, comprobé que el sonido no provenía del exterior de la pantalla.
¿Qué estaba pasando?
Acerqué más la vista, y observé con nitidez que una mujer vestida de aldeana me hacía señas con su brazo para que entrara.
- Vení, acercate. ¿No quieres comprarme una manzana?
- ¿Cuánto sale? – le respondí sin saber por qué se lo preguntaba.
El bullicio de la feria se interrumpió por unos gritos desesperados que venían del canal
- ¡Manzanera, Manzanera, tu hijo se cayó al agua!
La vendedora soltó la fruta y con sus brazos me agarró para introducirme en la escena. Yo corrí tras de ella y al llegar a la orilla visualicé cómo las aguas arrastraban a un niño que revoloteaba sus brazos sin poder agarrarse de ninguna rama.
-¡Salva a mi hijo por favor! –me gritó desesperada
Sin meditarlo, me arrojé al agua y nadé hasta alcanzarlo. Con la ayuda de los presentes, ambos pudimos evitar que la corriente nos llevara.
La manzanera lo estrechó contra su pecho y lo abrazó con el alma, luego me sonrió agradecida y desapareció con su hijo entre el gentío que se agolpaba.
El atardecer estaba cayendo sobre el cabildo, la iglesia y la plaza. En medio del silencio y la soledad, me acurruqué bajo un frondoso árbol y la quietud me sumió en un profundo sueño.
De pronto, un remesón hizo que me despertara. La noche había caído en el parque O’Higgins, las farolas estaban prendidas y las calles iluminadas. La netbook me mostraba el protector de pantalla. Miré mi reloj: 8,36. Como un pensamiento punzante, recordé que esa había sido la hora y el día en que se había producido el terremoto de 1861. Sentí frío y la piel húmeda
Sin saber por qué, un manto de rocío había cubierto el césped que me rodeaba. Cuando quise guardar la netbook en la mochila, noté que algo lo impedía. Rápidamente metí mi mano para ver de qué se trataba, al tantear el objeto, un temblor me sacudió el cuerpo, no podía creer lo que estaba percibiendo con el tacto. Al sacar lentamente el brazo, extraje entre mis dedos una manzana.
Fin
Esta es una leyenda urbana, género que aparece a fines del siglo XX y comienzos del XXI. A diferencia de las antiguas historias, su transmisión no es oral, sino virtual.
Fuente:http://www.encuentos.com/
martes, 6 de abril de 2010
El anillo del Rey
Hubo una vez un rey que dijo a los sabios de la corte:
- Me estoy fabricando un precioso anillo.
He conseguido uno de los mejores diamantes posibles.
Quiero guardar oculto dentro del anillo algún mensaje que pueda ayudarme en momentos de desesperación total,
y que ayude a mis herederos, y a los herederos de mis herederos, para siempre.
Tiene que ser un mensaje pequeño, de manera que quepa debajo del diamante del anillo.
Todos quienes escucharon eran sabios, grandes eruditos; podrían haber escrito grandes tratados,
pero darle un mensaje de no más de dos o tres palabras que le pudieran ayudar en momentos de desesperación total…
Pensaron, buscaron en sus libros, pero no podían encontrar nada.
El rey tenía un anciano sirviente que también había sido sirviente de su padre.
La madre del rey murió pronto y este sirviente cuidó de él, por lo tanto, lo trataba como si fuera de la familia.
El rey sentía un inmenso respeto por el anciano, de modo que también lo consultó.
Y éste le dijo:
-No soy un sabio, ni un erudito, ni un académico, pero conozco el mensaje.
Durante mi larga vida en palacio, me he encontrado con todo tipo de gente, y en una ocasión me encontré con un místico.
Era invitado de tu padre y yo estuve a su servicio.
Cuando se iba, como gesto de agradecimiento, me dio este mensaje; – el anciano lo escribió en un diminuto papel, lo dobló y se lo dio al rey -.
Pero no lo leas – le dijo – mantenlo escondido en el anillo.
Ábrelo sólo cuando todo lo demás haya fracasado, cuando no encuentres salida a la situación -
Ese momento no tardó en llegar. El país fue invadido y el rey perdió el reino.
Estaba huyendo en su caballo para salvar la vida, y sus enemigos lo perseguían.
Estaba solo y los perseguidores eran numerosos.
Llegó a un lugar donde el camino se acababa, no había salida:
enfrente había un precipicio y un profundo valle; caer por él sería el fin.
Y no podía volver porque el enemigo le cerraba el camino.
Ya podía escuchar el trotar de los caballos.
No podía seguir hacia adelante y no había ningún otro camino…
De repente, se acordó del anillo. Lo abrió, sacó el papel y allí encontró un pequeño mensaje tremendamente valioso:
Simplemente decía: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”.
Mientras leía “ESTO TAMBIÉN PASARÁ” sintió que se cernía sobre él un gran silencio.
Los enemigos que le perseguían debían haberse perdido en el bosque, o debían haberse equivocado de camino,
pero lo cierto es que poco a poco dejó de escuchar el trote de los caballos.
El rey se sentía profundamente agradecido al sirviente y al místico desconocido.
Aquellas palabras habían resultado milagrosas.
Dobló el papel, volvió a ponerlo en el anillo, reunió a sus ejércitos y reconquistó el reino.
Y el día que entraba de nuevo victorioso en la capital hubo una gran celebración con música, bailes…,
y él se sentía muy orgulloso de sí mismo.
El anciano estaba a su lado en el carro y le dijo:
- Este momento también es adecuado: vuelve a mirar el mensaje.
- ¿ Qué quieres decir? – preguntó el rey -.
Ahora estoy victorioso, la gente celebra mi vuelta, no estoy desesperado, no me encuentro en una situación sin salida.
- Escucha, – dijo el anciano – este mensaje no es sólo para situaciones desesperadas; también es para situaciones placenteras.
No es sólo para cuando estás derrotado; también es para cuando te sientes victorioso.
No es sólo para cuando eres el último; también es para cuando eres el primero.
El rey abrió el anillo y leyó el mensaje: “ESTO TAMBIÉN PASARÁ”, y nuevamente sintió la misma paz, el mismo silencio,
en medio de la muchedumbre que celebraba y bailaba, pero el orgullo, el ego, habían desaparecido.
El rey pudo terminar de comprender el mensaje.
Se había iluminado.
Entonces el anciano le dijo:
- Recuerda que todo pasa. Ninguna cosa ni ninguna emoción son permanentes.
Como el día y la noche, hay momentos de alegría y momentos de tristeza.
Acéptalos como parte de la dualidad de la naturaleza porque son la naturaleza misma de las cosas.
(autor desconocido
lunes, 5 de abril de 2010
Ten cuidado con lo que deseas...
El mal tiene muchas armas y muchas formas de camuflar sus perversas intenciones…
María era una chica ambiciosa y soñaba de día, de noche… no paraba de soñar.
Quería ser famosa, aparecer en todos los periódicos del país, del mundo… ella siempre iba mucho más allá
y no se rendía ante nada ni nadie, era una persona muy perseverante.
Era actriz y modelo, un caramelo en potencia para la prensa del corazón.
Pero a pesar de su bonita cara y su espléndida figura nadie, ni un solo diseñador,
ni un solo productor, se había fijado en ella.
Seguía insistiendo, algún día se darían cuenta. Y ese día llegó.
Un hombre, que más tarde dijo llamarse Alec Toulouse, la vio por la calle y se le acercó,
y con un acento de francés aburguesado le habló:
- Hola, mon cheri –dijo el extraño, apuesto y galán, con una sonrisa.
- Hola… – María miró antes de contestar y no lo hizo de muy buena gana.
Ambos se quedaron mirándose largo rato, el tiempo necesario para hacer un completo reconocimiento visual.
María pudo apreciar que aquel hombre era de apuesta figura, vestía además, un esplendoroso traje rojo, quizá de lo último de Armani o Emidio Tucci,
tenía toda la pinta de ser de alguna de esas dos colecciones, María estaba muy puesta en el tema.
Bajo el traje rojo, una corbata del mismo color y una camisa oscura.
También los zapatos eran rojos, y brillaban atrapados por el sol del casi finalizado invierno.
Debía tener unos cuarenta años. A María le pareció que estaba muy bien para esa edad que ella sólo suponía.
Al pensar esto un rubor le subió a la cara. Él se dio cuenta del ligero color que adoptó el rostro de María y, mientras dejaba caer un poco sus gafas de sol sobre la nariz, esbozó una amplia sonrisa.
Sus ojos quedaron al descubierto, eran grises, nunca había visto nada igual, eran preciosos.
El pelo, que aún no era cano, le caía sobre la frente, no era demasiado largo y llevaba un corte moderno, acorde con la ropa.
- Hola – volvió a decir el hombre y continuó – estoy buscando nuevas modelos para mi colección de primavera – ahora se notaba mas que nunca aquel acento francés,
María no podía articular palabra, estaba sorprendida, él se dio cuenta y prosiguió – y no he podido evitar fijarme en usted,
perdone mi atrevimiento y el no haberme presentado antes.
Alec Toulouse para servirle señorita – y alargó la mano. María la tomó y la miró mientras le miraba a los ojos.
Esto hizo que María se sorprendiese más aún, no podía reaccionar.
- María… – no conseguía recordar su apellido, su sueño estaba a punto de cumplirse, aquel era, sin duda, el primer
paso hacia la fama, ahora les demostraría lo que vale -… María… Montero. – Sonrió aliviada.
- Me gusta – sonrió acompañándola – estoy aquí por poco tiempo y si no te importa me gustaría empezar cuanto antes.
- Pero… – dijo excusándose. Tenía que ir a casa, arreglarse un poco… no podía ir así.
- Tranquila, allí tendrás todo lo que necesites. – conocía las reacciones de las mujeres ente cualquier situación, había trabajado con muchas…
- Bueno, vale. – Suspiró y lanzó una sonrisa agradecida.
Ambos marcharon en un lujoso coche descapotable que Alec tenía aparcado unas dos calles más atrás.
María no quiso decir nada, pero el coche tenía matrícula de Madrid y eso le extrañó un poco, pero no le dio importancia alguna
a ese hecho tan insignificante, debía ser de alquiler, si viajaba tanto como decía, un coche propio sólo le resultaría una carga más.
Alec condujo su flamante coche hasta un edificio viejo y dijo a María que le siguiese.
A María, cada vez le parecía todo más extraño y sin sentido.
- Pero… aquí. – María no creía que aquello fuese un estudio, ni una pasarela, ni nada de eso, estaba todo lleno de herrumbre.
- Tranquila bonita… tranquila… – Alec perdió el acento y ahora no parecía más que un Antonio o un Pepe cualquiera, era evidente que no era francés
y seguramente tampoco sería diseñador y el coche… el coche sería robado o prestado. Todo era una mentira, pero era demasiado tarde para volver atrás,
Alec o como quiera que se llamase había bloqueado todas las salidas.
Tomó a María y ella empezó a gritar.
No le valió de nada. Nadie la oiría… jamás.
Antes de que sus gritos se propagaran, Alec sacó una enorme navaja y le atravesó la garganta,
la sangre emanaba a borbotones, salpicando el suelo sucio y el traje de aquel hombre.
Éste fue rápido y, antes de que María muriera,
extrajo de entre las sombras una enorme sierra eléctrica y empezó a cortarle brazos y piernas, luego le abrió el pecho en canal.
La descuartizó totalmente, pero la cara la dejó intacta, incluso la limpió suavemente con un paño húmedo eliminando los restos de sangre, era muy bonita.
Todo estaba bañado en sangre y era un cuadro bastante siniestro: el hombre de rojo de pie admirando su obra con la sierra caída en su mano derecha
aún despidiendo calor y María… María distribuida por todo aquel suelo.
El hombre rió a carcajadas y esto fue lo último que oyó María antes de morir.
Lo último que vieron sus ojos: la gran sierra cayendo sobre sus brazos…
El cadáver fue encontrado un par de días más tarde y, al tercer día, los periódicos del país y de todo el mundo y los medios
de comunicación en general tenían en primera plana la fotografía e imágenes de la víctima. La noticia fue bastante codiciada y se llegó,
más tarde, incluso a hacer una película. Al final, María se hizo famosa, después de muerta, muy famosa… todo el mundo apreció ahora
su bonita cara, con los ojos desorbitados y la boca entreabierta emanando sangre… muy famosa…
Publicado por Andrea
domingo, 4 de abril de 2010
La mesa de la abuela
Día tras día la vista de la anciana se enturbiaba y su oído empeoraba, y a veces, durante las comidas,
las manos le temblaban tanto que se le caían las judías de la cuchara y la sopa del tazón.
El hijo y su esposa se molestaban al verle volcar la comida en la mesa, y un día,
cuando la anciana volcó un vaso de leche, decidieron terminar con esa situación.
Le instalaron una mesilla en el rincón cercano al armario de las escobas y hacían comer a la anciana allí.
Ella se sentaba a solas, mirando a los demás con ojos enturbiados por las lágrimas.
A veces le hablaban mientras comían, pero habitualmente era para regañarla por haber hecho caer un cuenco o un tenedor.
Una noche, antes de la cena, la pequeña jugaba en el suelo con sus bloques y el padre le preguntó qué estaba construyendo.
-Estoy construyendo una mesilla para mamá y para ti -dijo ella sonriendo-, para que podáis comer a solas en el rincón cuando yo sea mayor.
Sus padres la miraron sorprendidos un instante, y de pronto rompieron a llorar.
Esa noche devolvieron a la anciana su sitio en la mesa grande.
Desde entonces ella comió con el resto de la familia,
y su hijo y su nuera dejaron de enfadarse cuando volcaba algo de cuando en cuando.
Cuento tradicional
sábado, 3 de abril de 2010
El cuento de las vasijas...
El valor de las imperfecciones...

Un cargador de agua de la India tenía dos grandes vasijas que colgaban a los extremos de un palo que él llevaba encima de los hombros.
Una de las vasijas tenía varias grietas, mientras que la otra era perfecta y conservaba toda el agua hasta el final del largo camino desde el arroyo hasta la casa del patrón.
Cuando llegaba el cargador, la vasija rota tenía la mitad del agua.
Durante dos años esto sucedió diariamente.
Desde luego, la vasija perfecta estaba muy orgullosa de sus logros, pues se sabía infalible para los fines que fue creada.
Pero la pobre vasija agrietada estaba muy avergonzada de su imperfección y se sentía miserable, porque solo podía hacer la mitad de lo que se suponía era su obligación.
Un día, la tinaja quebrada le habló al aguador diciéndole: "Estoy avergonzada y me quiero disculpar contigo,
porque debido a mis grietas solamente puedes entregar la mitad de mi carga y solo obtienes la mitad del valor que deberías recibir".
El aguador le dijo compasivamente: "Cuando regresemos a la casa quiero que notes las bellísimas flores que crecen a lo largo del camino".
Así lo hizo la tinaja. Vio muchísimas flores.
Pero no dejó de sentirse apenada.
El aguador le dijo entonces: "
¿Te diste cuenta que las flores solo crecen a tu lado del camino?
Siempre he sabido de tus grietas y quise sacar el lado positivo de ello.
Sembré semillas de flores a lo largo del camino por donde vas y todos los días las has regado.
Por dos años yo he podido recoger estas flores para decorar el altar de mi maestro.
Si no fueras exactamente como eres, con todos tus defectos, no hubiera sido posible crear tanta belleza".
Fuente:
http://www.respuestamedica.com/index.php/Otras_Noticias/EL_CUENTO_DE_LAS_VASIJAS...
viernes, 2 de abril de 2010
Una princesa azul
… Proseguí mi marcha flotando hacia el lugar del encuentro.
Tenía una cita desde la eternidad de los tiempos: iba a encontrarme con “ella”.
Apareció a lo lejos una especie de pagoda o pérgola flotando junto a la orilla. Tenía un techo al estilo japonés, sujeto
por delgadas cañas entre las que subían enredaderas de hojas rosadas y flores azules que hacían las veces de paredes.
Sobre el piso de madera pulida había almohadones de anchas franjas de colores; desde el techo colgaban pequeños adornos, como inciensarios de bronce u oro y jaulitas para grillos.
Sobre los almohadones se encontraba “ella”, la sentí cercana, inmensamente cercana, sin embargo, era la primera vez que íbamos a unirnos…
No nos miramos a los ojos, queríamos alargar los momentos previos, no había que apresurar nada… tantos milenios habíamos esperado ya…
Hice una reverencia a la que ella respondió sutilmente; entré, nos comunicamos, pero no con palabras, hubiera sido demasiado vulgar,
poco armonioso con ese mundo y con aquel encuentro tan anhelado. Nuestro lenguaje consistió en un ritual artístico de leves movimientos
de brazos, manos o dedos, acompañados de algún sentimiento que proyectábamos vibratoriamente.
Cuando el lenguaje hablado es insuficiente, el amor nos pide otras formas de comunicación…
Llegó el momento de mirar aquel rostro ignorado: era una hermosa mujer de facciones orientales piel de un azul claro.
Cabellos muy negros con partidura al centro. Tenía un lunar en medio de la frente.
Sentí mucho amor por ella, y ella por mí. Llegaba el momento culminante. Acerqué mis manos a las suyas… y todo desapareció.
Estaba junto a Ami, en la nave, la neblina luminosa y blanca indicaba que nos íbamos de aquel mundo.
-… tana… oh, ya regresaste -dijo Ami.
Supe que todo aquello había ocurrido en una fracción de segundo, entre el “ven” y el “tana” de la palabra “ventana” que Ami pronunció apenas apareció el color rosado tras los vidrios.
Sentí angustia, como quien despierta de un sueño hermoso y se enfrenta a una opaca realidad… ¿o era al revés? ¿no sería esto un mal sueño y lo otro, la realidad?
-¡Quiero volver! -grité. Ami cruelmente me había separado de “ella”, desgarrándome, no podía hacerme eso. Aún no recobraba mi mente habitual, el otro “yo” estaba sobrepuesto a mi vida real. Por un lado era Pedro, un niño de nueve años; por otro lado era un ser… ¿por qué no podía recordarlo ahora?
-Ya habrá tiempo -con suavidad me tranquilizó Ami -, vas a volver… pero no todavía…
Logré calmarme. Supe que era verdad, que volvería, recordé esa sensación de “no apresurar las cosas” y me quedé tranquilo.
Poco a poco fui retornando a mi normalidad, pero nunca más volvería a ser el mismo, ahora había vislumbrado otra dimensión de mi propio ser…
Yo era Pedro, pero sólo momentáneamente, por otro lado era mucho más que Pedro.
-¿En que mundo estuve?
-En un mundo situado fuera del tiempo y del espacio… en otra dimensión… por ahora.
-Yo estaba allí, pero no era el de siempre… era “otro”…
-Viste tu futuro, lo que serás cuando completes tu evolución hasta cierto límite… dos mil medidas, mas o menos.
-¿Cuándo será eso?
-Te falta nacer, morir, nacer varias veces, varias vidas…
-¿Cómo es posible ver el futuro?
-Todo está escrito. La “novela” de Dios ya está escrita, la saltaste unas cuantas hojas y leiste otra página, eso fue todo.
Era necesario, es un pequeño estímulo para que renuncies definitivamente a la idea de que todo termina con una muerte más, y para que lo escribas y otros lo sepan.
-¿Quién era esa mujer? siento que nos amamos, incluso ahora.
-Dios te la pondrá muchas veces a tu lado. A veces la reconocerás, a veces no, depende de tu “cerebro del pecho”.
Cada alma tiene un único complemento, una “mitad”.
-¡Tenía la piel azul!
-Y tu también, solo que no te miraste en un espejo -Ami volvió a reirse de mí.
-¿Ahora la tengo azul? -me miré las manos intranquilo.
-Claro que no. Ella tampoco ahora…
-¿Donde está ella en este momento?
-En tu mundo…
-¡Llévame a ella, quiero verla!
-¿Y cómo la vas a reconocer?
-Tenía rostro de japonesa… aunque no recuerdo sus rasgos… tenía un lunar en la frente…
-Te dije que ahora no es así -reía Ami-, en estos momentos ella es una niña común y corriente.
-¿Tu la conoces, sabes quién es?
-No te apresures, Pedrito, rcuerda que la paciencia es la ciencia de la paz, de la paz interior… no quieras abrir antes de tiempo un regalo sorpresa.
La vida te irá guiando…
Dios está detrás de cada aconteciemiento…
-¿Cómo la reconoceré?
-No con la mente, no con el análisis, no con el prejuicio, solo con tu corazón, con amor.
-Pero ¿cómo?
-Obsérvate siempre, especialmente cuando conozcas a alguien, pero no confundas lo interno con lo externo…
Nos queda poco tiempo por delante.
Tu abuelita va a despertar, debemos volver.
-¿Cuándo regresarás?
-Escribe el libro, luego volveré.
-¿Pongo lo de la “japonesita”?
-Pon todo, pero no olvides decir que es un cuento.
Fragmento de “Ami – El niño de las estrellas“
jueves, 1 de abril de 2010
El árbol y el amor
Al llegar la estación de las flores, mariposas de todas las formas, tamaños y colores, bailaban a su alrededor.
Las aves de países lejanos se le acercaban y cantaban cuando florecía y daba frutos.
Las ramas, como manos extendidas, bendecían a todos los que acudían a sentarse bajo su sombra.
Un niñito solía venir a jugar junto a él y el gran árbol se encariñó con el pequeño.
El amor entre lo grande y lo pequeño es posible, si el grande no es consciente de su grandeza.
El árbol no sabía que era grande, sólo el hombre es consciente de eso.
La prioridad de lo grande siempre es el ego, pero para el amor nadie es grande o pequeño.
El amor abraza a quien quiera que se le acerque.
Así, el árbol comenzó a sentir amor hacia ese pequeño que solía ir a jugar cerca de él.
Sus ramas eran altas, pero las inclinaba hacia el niño, de modo que pudiera recoger sus flores y sus frutos.
El amor siempre cede; el ego nunca esta dispuesto a inclinarse.
Si te acercas al ego, sus ramas se estirarán aún más hacia lo alto; se pondrá rígido para que no puedas alcanzarlo.