Te digo al llegar, madre,
que tú eres como el mar;
que aunque las olas
de tus años se cambien y te muden,
siempre es igual tu sitio
al paso de mi alma.
No es preciso medida
ni cálculo para el conocimiento
de ese cielo de tu alma;
el color, hora eterna,
la luz de tu poniente,
te señalan, ¡oh madre!, entre las olas,
conocida y eterna en su mudanza.
Juan Ramón Jiménez
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